La cuna de la violencia: Políticas de prevención contra el maltrato en la niñez

Última actualización: 14 Septiembre 2015

Ensayo exclusivo de Renato Sales Heredia, Comisionado Nacional de Seguridad



Fuente: La Razón

El número 427 de la revista Nexos, correspondiente a julio de 2013, recoge un ensayo de José Merino, Jessica Zarkin y Eduardo Fierro: Marcado para Morir, que confirma con datos estadísticos lo que intuitivamente sabemos desde hace mucho tiempo: Existe correlación directa entre la educación, mejor dicho, la carencia de educación y la incidencia delictiva. En el ensayo se afirma que se trata de “una marca”, pues “detrás de la tasa de homicidios nacional” en el país —25 por cada 100 mil habitantes en 2011—, el analista destaca “una varianza brutal”. Explica:

“Brutal por las diferencias, pero sobre todo por sus implicaciones: hay zonas del país en las que ser hombre, joven y con poca escolaridad es eso, una marca, un augurio de las peores cosas. El extremo de todas, morir asesinado […] entre 2005 y 2011 se cometieron más de 100 mil homicidios en México. Si bien por sí sola es una cifra alarmante, ¿qué pasará si el todo lo separamos en partes? Para empezar, 90% de los 100 mil asesinados son hombres. De éstos, cerca de 22% son jóvenes entre 18 y 25 años y 42% son adultos entre 26 y 40 años. Esto es, seis de cada 10 asesinados en México fueron hombres entre 18 y 40 años”.

Otro asunto aledaño es el de las víctimas de acuerdo con su género, edad y escolaridad, que también se estudian en el citado análisis:

“[…] 12% de los hombres asesinados entre los 18 y 25 años no tenían ni primaria completa y 32% no llegó a secundaria”.

En contraparte, de ese mismo rango de edad, quienes sí concluyeron la universidad suman menos del 4 por ciento.

“El patrón es muy claro: conforme aumenta la escolaridad observamos una disminución en homicidios de hombres. Ellos, los prescindibles. Entre los hombres jóvenes —aquellos que tienen entre 18 y 40 años de edad— […]. Lo primero que sobresale en las cifras por escolaridad es la tasa de homicidios entre hombres de 18 a 40 años sin primaria: más de trescientos homicidios por cada 100 mil habitantes […] tomemos un momento para comprender a cabalidad lo que implica tener una tasa de más de 300 homicidios por cada cien mil habitantes (por lo pronto recordemos que la tasa promedio nacional en 2011 fue de 25). El país más violento del mundo, Honduras, tiene una tasa nacional de homicidios de 92 por cada 100 mil habitantes, en el caso sólo de hombres hondureños, la tasa es de 132. El país en el que viven nuestros hombres jóvenes que no lograron concluir su educación elemental es un país tres veces más violento que el país más violento del mundo […]. Son ellos a los que parecemos decir: son prescindibles”.

Infancia es destino. Nunca esta frase, este axioma del psicoanálisis, ha tenido más sentido: El menor que transita al periodo escolar, que llega a los seis o siete años de edad, proveniente de una familia en desintegración, rodeado de violencia y sin apegos, muy probablemente será el que no termine la primaria, muy probablemente será uno de estos prescindibles, cifra de los 300 homicidios por cada 100 mil, piedra de escándalo. Víctima o victimario en la espiral del crimen.

¿Hay algo en la infancia del asesino que agudice una inclinación o genere condiciones propicias para el desarrollo de la personalidad violenta? Y si ese algo existe podríamos pensar válidamente que, retirado ese presupuesto, ¿esa vida humana correría con mejor suerte?

Si en los asesinos predomina lo que se conoce como bajo control de impulsos y la neurociencia indica que la fase crítica en la que el control de las emociones se desarrolla de los ocho meses a los dos años de edad, podemos afirmar entonces que no hay mejor prevención de la violencia que acudir a la raíz misma, a la primera infancia.

Así piensa la doctora Feggy Ostrosky cuando advierte:

“La relación de los futuros asesinos seriales con sus madres suele estar marcada por la frialdad, la distancia y el abandono, así como por la ausencia de calor emocional y de contacto corporal. De la misma manera puede convertirse en un coctel explosivo la existencia de una madre violenta o indiferente aunada a la falta de atención paterna”.

El factor en común: Estas personas sufrieron maltrato y violencia en la niñez. Algunas de ellas fueron abusadas sexualmente, fueron víctimas de abusos físicos o simplemente abandonadas por sus padres. Si bien no todos los niños y niñas que han sufrido maltrato crecen para convertirse en temidos delincuentes, se puede concluir válidamente que dicha condición generó, o al menos propició, las condiciones para realzar un gen violento o no empático que pudiese encontrarse en el ADN de una persona.

Un estudio elaborado por el Instituto de Criminología Australiano, denominado Ciclo de la Violencia, en el que se estudiaron dos grupos de niños y niñas, uno de ellos en el que habían sufrido maltrato en la niñez y otro grupo “de control”, demostró de forma clara y convincente que el maltrato infantil aumenta la probabilidad de delincuencia, criminalidad y conductas violentas en el futuro. Dicho documento concluye:

1. Los niños y niñas que han sufrido maltrato y abandono tienen una probabilidad más alta de ser detenidos por actos delictivos, así como ser más propensos al comportamiento criminal violento que el grupo de control. En este rubro, haber sufrido maltrato o violencia durante la niñez aumenta el riesgo de una persona de ser detenida como adolescente en un 53 por ciento, en la edad adulta en un 38 por ciento, y por un crimen violento en un 38 por ciento.

2. Los niños y niñas maltratados y abandonados se involucran en la delincuencia y la criminalidad a menor edad cometen más delitos y más a menudo se convierten en delincuentes reincidentes que los niños del grupo de control.

3. Experimentar el maltrato infantil o abandono en la primera infancia tiene un impacto sustancial, incluso en individuos con poca probabilidad de incurrir en conductas criminales en la edad adulta.

Por otro lado, según un estudio elaborado por el Buró Nacional de Investigación Económica del gobierno de los Estados Unidos, “los niños y niñas que han sufrido maltrato o violencia, son dos veces más propensos a cometer delitos y también son más propensos ser víctimas de un delito”.

Igualmente, los niños y niñas en situación de pobreza, o con padres de baja escolaridad o privados de su libertad, son más propensos a sufrir maltrato o violencia. Así, podemos decir válidamente que se da un ciclo de violencia: un niño o niña que ha sufrido maltrato o violencia probablemente reproducirá el modelo en el futuro.

Me tocó de cerca investigar un caso de estudio. El caso de Juana Barraza, La Mataviejitas. Logramos demostrarle cabalmente veinticinco de los treinta y seis asesinatos que se le atribuyen. Juana vivió una infancia terrible. La madre la golpeaba con frecuencia: La intercambió a los doce años por un paquete de cervezas. Barraza asesinaba a las ancianas en las que retrataba a su madre.

Nunca olvidaré su mirada cuando al preguntarle por qué mataba me respondió: “Por coraje, por coraje”. Ese coraje fue fruto de una primera infancia devastada.

Una infancia similar vivieron Orlando Magaña Dorantes, el multihomicida de Tlalpan, y el adolescente sicario, Édgar Jiménez Lugo, conocido como El Ponchis, quien a los catorce años había descuartizado a seis personas y decapitado a otras dos. En el diagnóstico clínico criminológico que se le practicó quedan claros su mínimo control de impulsos, la indiferencia del adolescente por el daño físico causado a los demás, su afición por intimidar, su carencia de disposición por modificar sus valores, su desinterés por los sentimientos ajenos. El pronóstico actual es desfavorable, pues es probable que una vez en libertad vuelva a delinquir.

¿Cómo transcurrió la primera infancia de El Ponchis? Nacido en San Diego, Estados Unidos, hijo de David Jiménez Solís y de Yolanda Lugo Jiménez, el primero dedicado a la venta de pollos, la segunda, narcomenudista. Tenía un año cuando los padres fueron detenidos por fuerzas federales de Estados Unidos y deportados. Por violencia intrafamiliar y actividades criminales los esposos Jiménez Lugo perdieron la tutela de sus seis hijos, quienes quedaron bajo el cuidado de la abuela en Xochitepec, Morelos.

El problema, dice Julio Scherer, es: “se ahonda por la incorporación de las mujeres al mercado de trabajo. En el caso de los niños y adolescentes que delinquen, llevan en la piel la marca del abandono. Su tránsito por la calle acucia su hambre y abre el escenario a la drogadicción, al alcohol, a la sexualidad irresponsable, al robo, a la declinación, a la delincuencia”.

Abandono, miseria, violencia. Éste es el caso de la primera infancia de los muchos “zetas”, “golfos” y “templarios” que alimentan el imaginario criminal de nuestros días.

Todos ellos revelan un bajo control de impulsos y una mínima tolerancia a la frustración.

No nace, pues, el asesino. Se hace. Conformada su personalidad, en la inmensa mayoría de los casos, por la suma de factores sociales y económicos que no permiten a nuestros niños una infancia acorde con los tratados, las convenciones y las leyes. Es decir, una infancia libre de maltrato y de violencia.

La Organización Mundial de la Salud (OMS) define el maltrato infantil como “el maltrato o la vejación de menores abarcando todas las formas de malos tratos físicos y emocionales, abuso sexual, descuido, negligencia, explotación comercial o de otro tipo, que originen un daño real o potencial para la salud del niño, su supervivencia, desarrollo y dignidad en el contexto de una relación de responsabilidad, confianza o poder”.

Asimismo, como lo expone la Secretaría de Seguridad Pública en su informe Maltrato y Abuso Infantil: Factor de Riesgo en la Comisión de Delitos, el maltrato suele presentarse en distintas formas y niveles, entre las que se encuentran el maltrato físico y el maltrato psico-emocional.

El maltrato físico se entiende como “todo acto de agresión intencional, repetitivo, en el que se utilice cualquier parte del cuerpo, algún objeto, arma o sustancia para sujetar, inmovilizar o causar daño a la integridad física del otro, encaminado hacia su sostenimiento y control”. En el maltrato psico-emocional se presentan “conductas expresadas a través de prohibiciones, coacciones, condicionamientos, intimidaciones, amenazas, actitudes devaluatorias, de abandono y que provocan, en quien las recibe, deterioro, disminución o afectación a su estructura de personalidad”.

Además de maltrato físico, un niño o niña puede ser víctima de violencia sexual, que a su vez se divide en violación, abuso sexual, estupro, hostigamiento sexual y pornografía infantil.

Otra variante del maltrato infantil es el abandono, definido por el Instituto Nacional de las Mujeres (Inmujeres) como “todo comportamiento que provoca descuido y desatención de las necesidades básicas […] el abandono infantil es una actitud de negligencia y descuido de los adultos a los pequeños y se observa en la falta de alimentación, vestido, higiene personal, atención médica y vivienda; desinterés en todo lo referente a su educación; y además incluye exponer a los niños a la violencia de la pareja.”

Dicho maltrato, al tratarse de un maltrato prolongado y no por episodios, genera mayores daños que el maltrato físico o psico-emocional (excluyendo el daño físico permanente).

A la par, el Informe Mundial sobre la Violencia contra los Niños y las Niñas de Naciones Unidas enfatiza en que existe una aceptación social de la violencia contra los niños, ya que ella es aceptada como una parte inevitable de la niñez y que en muchos Estados se acepta el castigo físico como una forma de disciplina y ello contribuye a su perpetuación.

Las consecuencias a largo plazo derivadas del maltrato infantil son diversas y pueden dividirse en: consecuencias para la salud física, consecuencias sexuales y reproductivas, consecuencias psicológicas, otras consecuencias de salud a largo plazo y consecuencias económicas.

Los comportamientos delictivos, violentos y otros que generan riesgos podemos encontrarlos en las consecuencias psicológicas a largo plazo. Tales son los casos de La Mataviejitas y El Ponchis.

Entre otras consecuencias psicológicas encontramos el desempeño escolar deficiente y el abandono de estudios.

No obstante, para prevenir estas consecuencias a largo plazo, derivadas del maltrato infantil, es necesario atender a la etapa conocida como la primera infancia de los niños y niñas. Ésta es la etapa que va de los cero a los 6 u 8 años de edad (dependiendo de la edad en la que el niño o niña entra a la escuela).

El Estado Mundial de la Infancia de 2001, explica que en esta etapa se desarrollan en el cerebro del niño o niña la visión binocular, el control emocional, las formas habituales de reacción, la sociabilidad con niños de la misma edad, el lenguaje, los símbolos y las aptitudes cognoscitivas.

La etapa de la primera infancia es primordial para los niños o niñas, ya que durante ella “las experiencias tempranas moldean la arquitectura del cerebro en desarrollo. Estas experiencias importantes incluyen relaciones de los niños y niñas con los padres, cuidadores, familiares, maestros y compañeros, que desempeñan un papel fundamental en la configuración del desarrollo social, emocional y cognitivo”.

La primera infancia es un periodo de especial vulnerabilidad en el que la salud psicológica de un niño o niña está fuertemente influenciada por las relaciones en su entorno, especialmente las familiares. Asimismo, las capacidades cognitivas, sociales y emocionales cambian a lo largo del proceso de maduración del cerebro, es por ello que las niñas y los niños pequeños responden y procesan los traumas y otras experiencias emocionales de diversa manera a otros niños y niñas más grandes, o a los adultos.

Dice Marttha C. Nussbaum que “Wolff y de Shait introducen dos conceptos de gran interés al enfoque de las capacidades: los de funcionamiento fértil y desventaja corrosiva”.

Añade: “un funcionamiento fértil es aquel que tiende a favorecer también a otras capacidades relacionadas”.

Y explica:

“La educación por ejemplo desempeña una función fértil, pues abre opciones de muchas clases […], las desventajas corrosivas son el reverso negativo de la moneda de las capacidades fértiles, constituyen privaciones que tienen efectos especialmente amplios en otras áreas de la vida […] el sometimiento a la violencia doméstica es una desventaja corrosiva, la ausencia de protección de la integridad física de un menor pone en peligro su salud, su bienestar emocional, sus afiliaciones, su raciocinio práctico y sin duda muchas otras capacidades. Investigar posibles capacidades/funcionamientos fértiles y desventajas corrosivas ayuda a detectar puntos donde pueden intervenir más adecuadamente las políticas públicas […] a menudo la mejor manera de preparar un futuro libre de elecciones trágicas consistirá en seleccionar un funcionamiento especialmente fértil y en dedicarle los escasos recursos de que disponemos […]”.

En particular, la etapa que va de los cero a los tres años, el niño o niña tiene un cerebro maleable y éste puede desarrollarse de mejor o peor manera de acuerdo con el cuidado que reciba. Así, cuando los niños o niñas “no reciben el cuidado que necesitan o cuando padecen inanición, malos tratos o descuido, puede peligrar el desarrollo de su cerebro”.

Los efectos de dicho maltrato pueden permear toda la vida, generando consecuencias a largo plazo y afectar las relaciones que tienen en el futuro. Hay que destacar, como lo hace el Estado Mundial de la Infancia, la importancia de los primeros tres años de vida, ya que todos los componentes fundamentales de la inteligencia emocional, tales como la confianza, la intencionalidad, el autocontrol y la capacidad para relacionarse y comunicarse con los demás dependen del tipo de atención inicial que reciben por parte de sus padres, cuidadores y tutores.

No sorprende entonces que un niño o niña que ha sufrido abandono u otro tipo de maltrato en los primeros tres años de vida no desarrolle adecuadamente sus capacidades en lo que se refiere a la inteligencia emocional y sea más propenso a relacionarse con otros individuos de forma violenta o abusiva, cayendo así en la comisión de delitos.

En este sentido, la comunidad internacional ha generado una serie de documentos con el fin de resguardar los derechos de los menores estipulados en la Declaración Universal de los Derechos Humanos, ya que también ellos tienen derecho a recibir un trato respetuoso e igual a todo ser humano, así como los derechos inalienables que de dicha condición se derivan. Sin embargo no es sino hasta 1959 que se adopta en el seno de la Organización de las Naciones Unidas la Declaración de los Derechos del Niño.

Asimismo encontramos la Declaración sobre la Eliminación de Todas las Formas de Discriminación Contra la Mujer, la Convención sobre los Derechos del Niño y finalmente la Declaración Mundial Sobre la Supervivencia, la Protección y el Desarrollo del Niño.

La primera medida jurídica sobre los derechos del niño se tomó en 1924, cuando la Sociedad de Naciones aprobó la Declaración de Ginebra de los Derechos del Niño. Posteriormente, en 1948, la Asamblea General de las Naciones Unidas proclama la Declaración Universal de los Derechos del Niño, y en 1959 es adoptada por unanimidad. En México, desde 1924 se instituyó el 30 de abril como Día del niño, cuando era Presidente, Álvaro Obregón, y ministro de Educación Pública, José Vasconcelos.

Art. 24, parte 1:

“Todo niño tiene derecho, sin discriminación alguna por motivos de raza, color, sexo, idioma, religión, origen nacional o social, posición económica o nacimiento, a las medidas de protección que su condición de menor requiere, tanto por parte de su familia como de la sociedad y del Estado”.

En tanto, el artículo 29 de la Convención Sobre los Derechos del Niño señala:

“Los Estados partes convienen en que la educación del niño deberá estar encaminada a desarrollar la personalidad, las aptitudes y la capacidad mental y física del niño hasta el máximo de sus posibilidades”.

En ese tenor, a nivel nacional la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos protege el interés superior del menor en su artículo cuarto, que establece:

“En todas las decisiones y actuaciones del Estado se velará y cumplirá con el principio del interés superior de la niñez, garantizando de manera plena sus derechos. Los niños y las niñas tienen derecho a la satisfacción de sus necesidades de alimentación, salud, educación y sano esparcimiento para su desarrollo integral. Este principio deberá guiar el diseño, ejecución, seguimiento y evaluación de las políticas públicas dirigidas a la niñez”.

Por otro lado, en el 2000 y con fundamento en el artículo cuarto constitucional se adoptó la Ley para la Protección de los Derechos de Niñas, Niños y Adolescentes. Finalmente, siguiendo el ejemplo colombiano, en el Distrito Federal se ha apostado por un marco jurídico más protector a los niños y niñas que se encuentran en la etapa de la primera infancia adoptando la Ley de Atención Integral para el Desarrollo de las Niñas y los Niños en Primera Infancia en el Distrito Federal.

Ahora bien, aun cuando el marco jurídico internacional y nacional es amplio en materia de protección a los niños y niñas, se requiere fortalecer el marco jurídico interno para ofrecer una mayor protección en la etapa de la primera infancia, etapa primordial en el desarrollo de los niños y niñas para la prevención de las consecuencias a largo plazo que genera el maltrato infantil.

Como se observa, la primera infancia es la que menos atención ha recibido por parte de los gobiernos. Ilustremos con algunos datos: El censo de natalidad del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi) de 2011, contabilizó el nacimiento de 2 millones 586 mil 287.

Según la información censal proporcionada por el Inegi de 2010, 3.6 por ciento de la población de 8 a 14 años, no sabe leer ni escribir y 29.6 por ciento de éstos no asiste a la escuela.

De acuerdo con el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef), México mantiene la tasa más alta de pobreza y desnutrición infantil entre los miembros de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) y ocupa los primeros lugares en violencia física, abuso sexual y homicidios de menores de 14 años infligidos principalmente por sus padres o progenitores.

En su estudio Violencia Infantil el organismo internacional destaca que más de 700 niños son asesinados en México cada año, lo que implica dos homicidios diarios. En los menores de cuatro años la muerte se presenta principalmente por asfixia y entre los 5 a 14 años por golpe contuso, acuchillamiento o disparo de arma de fuego.

En Maltrato Infantil: Una Dolorosa Realidad Puertas Adentro, publicado por el Unicef y la Comisión Económica para América Latina y el Caribe, derivado de una serie de encuestas aplicadas en 16 países de América Latina y el Caribe —incluido México— se plantea que el maltrato físico y psicológico es socialmente aceptado como un método de educación, socialización y disciplina para los menores; además de que no existe una metodología que permita hacer comparaciones entre los países participantes y que, incluso, las estadísticas derivan de distintos entes públicos y privados que no permiten establecer criterios generales para recomendar políticas públicas a los gobiernos.

De acuerdo con el Informe Nacional sobre Violencia y Salud realizado por el Unicef, los sectores de la infancia que enfrentan condiciones con más desventas son: los niños indígenas, los migrantes, los institucionalizados, los que viven en la calle y los que son sexualmente explotados; niños expuestos a sufrir toda clase de abusos, malos tratos, abandono, vejaciones y violencia.

En este mismo informe se señala que de los miembros de la OCDE, México y Corea del Sur son los que presentan las tasas más altas de muertes por heridas en niños menores de 14 años. México tiene el primer lugar en el rubro de muertes intencionales a niños de entre 1 y 14 años. En otro estudio, a cargo de la OCDE, México ocupó el segundo lugar por niños muertos a causa de malos tratos.

Por otro lado, la Encuesta Nacional sobre la Dinámica de las Familias en México (ENDIFAM) 2005, desarrollada por la Unidad de Estudios de la Opinión del Instituto de Investigaciones Sociales de la UNAM para el Sistema para el Desarrollo Integral de la Familia DIF, reporta que en 13 millones de familias los niños crecen en un entorno de violencia y gritos por parte de sus padres.

El Inmujeres, a través de los resultados de la Encuesta de Maltrato Infantil y Factores Asociados 2006, presentó la gravedad del problema: en México alrededor de 60 por ciento de las niñas sufre maltrato emocional a manos de uno o ambos padres, mientras que en el caso de los niños el porcentaje disminuye a 47 por ciento.

En un estudio diverso, denominado Maltrato Infantil. Sistema de Indicadores de Género, dicho instituto señala que el tipo de maltrato que se ejerce en contra de los menores es determinado por factores familiares. Así:

El maltrato físico y físico severo es más alto entre niños varones que viven con otros familiares, y en donde no hay presencia de padre ni de madre (22.3 por ciento y 30.9 por ciento). El maltrato emocional es más común en hogares donde hay mamá y padrastro (61.6 por ciento). El maltrato por negligencia y abandono es más frecuente en los hogares donde viven el papá y la madrastra (22.4 por ciento).

El abuso sexual tiene una prevalencia más elevada en los hogares de papá y madrastra (7.1 por ciento).

En el caso de las niñas es:

El maltrato físico y físico severo presenta prevalencia más alta en las niñas que viven con otros familiares (25 por ciento y 20 por ciento).

El maltrato emocional por negligencia y el abuso sexual son más frecuentes en hogares donde viven mamá y padrastro.

Se estimaba que cerca de dos millones de niños nacerían en nuestro país en 2014. ¿Cuántos de ellos, víctimas del maltrato y la violencia, se convertirán en los futuros Mataviejitas o Ponchis? Este dato no lo conocemos, pero sí podemos prevenir, en la medida de lo posible, que esto suceda.

La prevención del maltrato y de la violencia en la niñez debe iniciar con políticas dirigidas a los padres de esos niños y niñas.

Primeramente, y en atención a que gran parte del maltrato y violencia infantil es resultado de la aceptación de la violencia por parte de la sociedad, es necesario difundir y desmitificar la violencia como ejercicio de poder. Rocío Mujica enumera algunos mitos alrededor de la violencia como ejercicio de poder; entre ellos se encuentran: castigar a los hijos porque a uno lo castigaron y no le pasó nada malo; a veces la violencia es necesaria para educar a los niños; el castigo físico se da porque los niños y niñas necesitan aprender a respetar a sus mayores, a distinguir el bien del mal; y, el más importante: si el castigo no existiera serían indisciplinados.

Una política preventiva adecuada tendría que encaminarse a informar a padres, cuidadores, maestros y tutores sobre los mitos de la violencia, así como a las consecuencias que su ejercicio puede generar en el mediano plazo.

Por otro lado, el Estado deberá adoptar medidas para evitar el abandono infantil, propiciando que los padres de los niños puedan permanecer con ellos el mayor tiempo posible durante la primera infancia. Una forma de prevenir el abandono durante los primeros meses del niño o niña es ampliar el plazo de la licencia de maternidad.

Actualmente la licencia de maternidad tiene una duración de 90 días, es decir, tres meses. Si el Estado ampliara este término por ley a 180 días, que sería el equivalente a seis meses, podría garantizarse de mejor manera que un niño o niña evite ser abandonado por su madre o padre por cuestiones laborales o económicas. Así, se reduce una de las causas más comunes del abandono en la primera infancia. Incluso lo más recomendable sería garantizar una licencia de paternidad a los padres de los niños y niñas hasta por el mismo término de 180 días.

Posiblemente el costo de la prevención es alto, pero el costo futuro asociado a miles de jóvenes de baja escolaridad, con bajo control de impulsos, y pocas oportunidades, sin duda, es mucho más alto. Económica y socialmente hablando.

En palabras del Unicef: “todos los niños y niñas tienen el derecho a sobrevivir y desarrollarse. Y lo que es más, garantizar que la infancia goce de unas condiciones óptimas durante sus primeros años de vida es una de las mejores inversiones que un país puede realizar si desea competir en una economía mundial que se basa en el capital humano […]. Y aunque nunca es tarde para intervenir con objeto de mejorar la calidad de vida del niño, la intervención temprana repercute más ampliamente en el desarrollo y el aprendizaje del niño”.

Los textos de Luis Alberto Machado cambiaron en forma radical la forma en la que entendía la educación y la inteligencia. La inteligencia, dice Luis Alberto Machado, “es fundamentalmente resultado de la educación. Y por eso la educación del mañana será de la competencia de los padres y maestros, y también de psicólogos, neurólogos, bioquímicos y pensadores. No puede perderse de vista la importancia vital que para cualquier aprendizaje, en primer lugar el de la vida misma, tienen los ocho primeros años de la existencia de un ser humano.”

Estoy cierto, a partir de lo dicho, de que si somos capaces de generar políticas públicas que hagan prioritaria la atención de la primera infancia lograremos disminuir el número de víctimas y victimarios, disminuir la espiral de la violencia. Así colaboraremos en la construcción del México en paz que todos anhelamos.

@mexicosos

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